martes, 27 de marzo de 2018

De soviéticas maneras (IV)

San Petesburgo nos recibió con -12º, pero era una mañana soleada y con un cielo cristalíno, así que decidimos ir andando al hotel que estaba a unos 4 km. No sospechábamos la de vicisitudes que nos iba a deparar la búsqueda (y encuentro) de nuestro alojamiento. Google maps proponía una dirección (muy cercana al palacio de invierno) que nos parecía más razonable que la que nos había mandado el correo del hostel, que era exactamente el palacio de invierno. pero en la dirección que decía Google no había ni restos de nuestro hostel, sí que había un patio interior al que se accedía por una cancela cerrada y que parecía que era el que otros huéspedes habían colgado. Naturalmente, nos hicimos los despistados y cuando alguien salía nos colamos de rondón, recorrimos todas las puertas de dicho patio y no aparecía ni rastro de nuestro supuesto alojamiento. Después de mucho dar vueltas, me encontré con un jovenzuelo que tenía pinta de balbucear algo de inglés y al que le pregunté por el hostel. Su respuesta fue "maybe". También es mala suerte: me había topado con un filósofo, me aguanté la risa y los comentarios ingeniosos que se me ocurrieron por dos razones: me sacaba dos cabezas y ese "maybe" daba ciertas esperanzas (pero mayormente lo hice por lo de la hostia). Intentó articular otra frase y fue incapaz, pero, eso sí, se dio la vuelta y se dirigió a uno de los portones que abrió de un tirón y me dijo "tercer o cuarto", lo cual me dio la oportunidad de visitar por dentro unos apartamentos soviéticos. Digamos que mi verbo no es lo suficiente diestro para su descripción y que el termino "cutre" no lo define en justicia. El caso es que no encontré ni rastro del hostel así que volví a bajar las escaleras y fui al portal que el filosofo gigante había abierto de un tirón. Aunque había un botón que era evidente que servía para abrirlo desde dentro, yo quise renunciar a tan simple método y le di un tremendo empujón a esa puerta. Pude comprobar de forma empírica la tercera ley de Newton (sin duda la mochila que llevaba limitaba mis movimientos) y ello me hizo, en cuanto me recuperé del dolor, recurrir al ignominioso botoncito de apertura. Después de un buen rato de infructuosa  exploración, mi hijo se dio cuenta de que había recibido un correo del hostel y que explicaba cómo llegar: la idea era ir al palacio de invierno y nos daban instrucciones en un mapa para continuar... Todo parecía muy sencillo.
Pero cuando llegamos a donde indicaba el mapa que nos habían enviado, de nuevo otro patio y ni rastro del hostel. Estuvimos un buen rato recorriendo los alrededores, preguntando a la gente y nadie sabía nada de ese hostel. Puesto que en el mensaje había un teléfono ruso, nos decidimos a llamar por si daba la casualidad de que hablaran algo de inglés, afortunadamente lo hablaban muy bien y nos explicaron que tenía que pulsar un determinado botón en la cancela del patio, buscar una de las puertas y pulsar otro botón. En el acceso al patio había un teclado en el que normalmente se pulsa una clave de cuatro dígitos, una vez dentro, había otras cuatro puertas con sus correspondientes botoneras, lo cual hace un total de 400.000.000.000.000.000.000 combinaciones: era normal que no hubieran sido más específicos acerca de cómo entrar, cualquiera la hubiera encontrado con suma facilidad y tras varios billones de años intentándolo. 
Conseguimos acceder, nos abrió un chico muy amable que nos enseñó las habitaciones (en un sótano) y nos dijo que podíamos escoger o una o dos para los cuatro y al mismo precio. Primera cosa extraña. Segunda pista, no nos pide el pasaporte, cosa que en Rusia te piden hasta para entrar en el tren (y hacen copia de todas la hojas en cada alojamiento). Sin abandonar su sonrisa nos dice que no hay todavía internet, pero que podemos piratear la wifi de un hotel cercano, los problemas empiezan cuando le decimos que cómo podemos hacer para ducharnos y nos dice que las duchas no están listas aún, que somos los primeros huéspedes y que las cosas no funcionan todavía. Llamadnos sagaces, pero todo sonaba muy extraño, así que decidimos por 3 votos contra 1 (el mío), buscar otro alojamiento y dejar ese. No nos llevó mucho encontrar otro que está muy bien, pero que promete menos diversión.
Después de la típica comida georgiana del primer día en San Petesburgo, nos dirigimos Vasileostrovki ya que después de mucha búsqueda había encontrado el primer sitio que quería yo visitar en esta ciudad. Estoy seguro que mucha gente del barrio ni sabe que existe. pero después de pasar donde se encontraban los apartamentos del perro de Pavlov (y de Pavlov) está la casa original que se construyó Euler y en la que vivió cerca de 50 años hasta su muerte (en realidad, era la segunda, la primera que estaba en el mismo sitio la destruyó un incendio, pero Catalina le dijo que no se apurara que ella ponía los rublos que hicieran falta). He de confesar que casi se me saltan las lágrimas.



Después de un paseo por esa isla, volvimos felices pero destrozados al hostel (el aburrido) para descansar hasta mañana.



















4 comentarios :

  1. No sabes cómo me ha entretenido la forma que tienes de contar algo tan tonto jajajajaja. A ver qué más te depara el viaje. Expectante me hallo :)

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    1. No sé si tu comentario es negativo o positivo, me quedaré con la segunda opción.

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  2. No me creo aún que fueras tú el del voto en contra de cambiarse de hostel. No cabe duda que la juventud es más sabia en algunos casos.
    Y qué envidia que hayas encontrado la casa de Euler. Cuando visite San Petesburgo iré a buscarla.

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    1. Si vas, escríbeme y te digo exactamente dónde está, no es difícil de encontrar, pero es cierto que no hay referencias a ella en casi ningún sitio.

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